Thomas Bernhard
La imagen de lo real sustituye a la realidad hasta tal punto que sólo si recogemos una fotografía somos capaces de disfrutar plenamente de ello. La fotografía actúa como su vestigio, a la vez que nos sumerge en la ficción protegiéndonos de las salpicaduras. La fotografía funciona como advertencia sobre la desaparición de lo humano y de lo real en el ambiente artificial del mundo moderno. De un lado nos alivia al traernos lo real entre sus huellas y de otro evidencia la pérdida, al recordarnos que eso es sólo una representación.
Tenemos nostalgia de lo real, y es su necesidad la que nos lleva a recrearlo con las herramientas a nuestro alcance: la imagen, la palabra. Le damos nombre y apariencia para ver si a base de nombrarlo conseguimos construirlo.
Construimos fotografías para construir con ello nuestra vida. Consolidamos, aun de recuerdos inventados, nuestra memoria. Al mirar las imágenes creeremos que lo que se ve en ellas ocurrió alguna vez y lo recrearemos desde su mentira, haciendo que rebase las normas del tiempo. […] Su presencia nos hace dudar de nuestro ser real, de nuestros recuerdos, ellas son la sombra que aniquila nuestro pasado conformándolo a su imagen y semejanza. Se toman las imágenes para luchar contra los hechos, para que éstas sean el arma para olvidar lo que ocurrió, para certificar lo que queremos recordar.
Hacer una foto es hacer el vacío en sí mismo y en lo que se fotografía, tomar posesión de lo real a la vez que afirmar la incapacidad de intervenir en ello, pues cada acto de recreación es uno de creación y cada uno de afirmación de la realidad es un punto más a la negación de su existencia. […]
Queremos indicios, pero no sus correlatos reales porque tememos enfrentarnos a las cosas cara a cara. Buscamos la verdad más somos incapaces de mirarla a los ojos, tenemos que verla a través de algo, un mediador que la racionalice y la haga inofensiva. Ese mediador es la imagen: así, fotografiamos al otro, a lo otro, a lo desconocido, para entenderlo, para conocerlo y en ese intento de comprensión lo civilizamos, lo domesticamos, lo diseñamos, pero de tanto querer hacerlo a nuestra imagen y semejanza eliminamos lo que nos atraía: la diferencia. […]
Las fotografías son, en tanto objetos, objetos de nuestro culto, cuya contigüidad física nos sume en el inconsciente, y en tanto palabras, las sentencias de la razón que nos hacen leer el mensaje que llevan codificado.
A los objetos se los ha fetichizado hasta convertirlos en piezas independientes que entierran a su propio creador, aniquilando el proceso y glorificando el resultado. El ser de las palabras no se corresponde con su semilla.
Su uso inapropiado y su ansia de definición las ha despellejado, quitándoles valor, dejándolas solas y desnudas, como esqueletos expuestos a la intemperie. De tan llenas de matices, de tan esperadas y dichas se han convertido en una aberración, en un comodín manoseado que sólo tiene nombre. Aportamos vacío al vacío de las palabras, para que en el fondo de la nada aparezca el sentido. Fotografiamos lo muerto para así, al aplicarle algo que participa de su esencia, devolverle la vida.
Si nos importan las palabras es porque ellas se mueven ene el terreno de lo humano y tienen un poder irracional sobre nosotros.
¿Cuántas veces una palabra, una fotografía han cambiado nuestro sentido del mundo, nuestro rumbo, nuestro destino, nuestra felicidad? La fotografía es una llave que abre los poros de nuestras emociones, una voz que sin hablar dice lo que quiere ser oído, que nos sume en una cercanía profunda y descabellada con lo que representa, pues habla sobre las cosas que no enseña, a las que alude. Las fotografías son importantes por lo que no está. Por lo que sugieren y por lo que estimulan. Sus letras no tienen sentido, por eso pueden tenerlos todos, por eso son sus rasgos los que nos cautivan. […]
Las fotografías parecen revelar sus secretos. Su alto grado icónico les imprime un carácter de verdad que hace suponer que no sea necesario un adiestramiento en su lectura. Falsa suposición, pues las señales son reconocibles, pero, miremos desde el ángulo que miremos, no sabemos lo que indican.
Por más que se diga que una foto encuentra su significado en sí misma, su carga simbólica excede a su peso referencial. […] Muestra simplemente signos vacíos, blancos, opera en el orden de la experiencia no en el del sentido. […]
Sólo vemos en la imagen lo que de alguna manera vemos, sabemos de ella. Nuestro conocimiento y nuestras sensaciones nos importan más que las del fotógrafo. Por encima de su visión está nuestro mundo de referencias y ensoñaciones. Pero éstas curiosamente coinciden con las de otros, pues la fotografía tiene también una gran capacidad para universalizar su reacción, para orientar la mirada hacia un punto común […]
En cualquier caso estaremos expectantes ante el resultado, pues aunque creemos que una imagen muy parecida a la nuestra saldrá en el papel, sospechamos de su exactitud. Incluso llegamos a pensar si saldrá otro en la foto para suplantarnos, el otro oculto al que nunca nos presentaron, que aparecerá en la imagen para arrancar de nuestra intimidad más profunda nuestro yo real.
Idealizamos a las personas para que de su ser inexistente, de su indefinición, nazca su ser real. Las fotografiamos para testificar ese ser inventado. Y en ese hacer las tenemos, son nuestras porque nosotros las hemos creado. En una especie de extensión narcisista de nuestro yo en el otro, de nuestro ideal en su imagen, caemos fascinados ante el ser virtual que nosotros mismos hemos producido. Este proceso se alimenta recíprocamente hasta el infinito: por amar al otro lo fotografiamos, al ver su imagen, nuestro amor se intensifica y esa afección nos hace volver a fotografiarle…
[…] Momentos decisivos que se anotan en la memoria íntima y en el mundo personal. Fotos muy especiales y muy normales a la vez, en las que no pasa nada, pero con las que nos aliamos en una especia de recogimiento interior, pues tienen algo que las trasciende y las hace universales […] nuestro ideal hecho carne.
¿Cómo será el ser real de nuestro ideal construido? Le pedimos a la fotografía que nos muestre lo que está oculto, que nos dibuje en la piel un diagrama con los accidentes, en el que leer las señas del pasado, del que inducir en el porvenir. La fotografía ha intentado dominar lo desconocido, para controlarlo y dominarlo, ha querido acceder a lo que no aparece claramente en la imagen, llegar a donde los ojos no alcanzan, hacer una radiografía de su interior.
La fotografía se utiliza en el proceso de filiación y de control de los seres humanos. Ella es la confirmación de nuestra identidad, pero para que lo sea tenemos que ser iguales al ser creado, parecernos a nosotros mismos. Imagen variable y parcial, porque la fotografía es una manipulación de la realidad que la recoge en un solo momento.
[…] Las fotografías ofrecen un acercamiento a un modelo común, que se camufla entre lo normal y lo aconsejable. Cuidamos que nuestros rasgos no correspondan a los tipificados como reflejo de comportamientos extraviados y peligrosos, que nuestros retratos no desvelen nuestras debilidades, errores, locuras y depresiones. Nos mezclamos en una masa en la que queremos confundirnos a la vez que sobresalir como individualidades con identidad propia.
[…] Por eso, los retratos que hacemos de otras personas son de alguna manera autorretratos, pues son proyecciones de nosotros en ellos.
[…] Registramos cada minuto, porque los días que nos registran equivalen a los que no han sido. Salvamos la existencia de la muerte por el hecho de fotografiarla, para que el olvido no lo asole todo. Renunciamos a existir a cambio de seguir viviendo. Tememos a la muerte, por eso nos rodeamos de ella, pero es la vida la que estamos congelando y de tanto querer presenciarla ha perdido las vitaminas y el sabor.
Dudamos de la realidad de nuestra vida, eso nos hace fotografiarnos, pero las imágenes nos sumen de nuevo en la irrealidad, pues de tanto recordarlas, mirarlas y producirlas sólo vivimos para ellas. Sujetos caducos, secos, o en conserva para los que la longevidad es la contraportada al adormecimiento. […] Imágenes que nos reconfortan por ser la de la muerte anhelada, que nos sumergen en su mundo, tranquilizándonos con la paz de sus ojos vacíos, de su cuerpo céreo, pero también las que nos inquietan, pues, si los muertos parecen vivos, ¿no será porque los vivos están casi muertos, narcotizados, drogados de ensoñación?
[…] La fotografía se hizo en un momento concreto pero se puede mirar siempre. Es un corte en el tiempo y en el espacio. El fotógrafo es el carnicero que descuartiza al cuerpo buscando sus mejores partes. Tras quitarle la piel y la grasa lo despieza separando la belleza del sentido. La elección de una parte, su estetización, nos hace olvidarnos de la humanidad de ese trozo y convertirlo en algo pleno de una realidad ficiticia, hiperreal. El estatismo, la precisión obsesiva de la imagen fotográfica hacen que, a cada instante, su carga de verdad objetiva, por su máxima definición, su precisión en el corte, su falta de movimiento, pueda caer en sueño alucinatorio. No es ya la mirada morbosa y excitante, es la mirada médica, la científica, la que domina. Es ella la que lo hace obsceno por pura imposibilidad de presenciar el conjunto: el hombre y el animal, el rostro y el sexo, el cuerpo y el alma.
La división y la cercanía llevan a la abstracción pornográfica. La fotografía es pornográfica, enseña lo que no se debe mostrar y no muestra lo que se enseña. Lo que nos engancha de la pornografía, lo que nos hace mirar, es lo mismo que nos repele. Es proporcional nuestro grito de alarma al deseo que tenemos de ver. […] pero a la vez nos atraen porque nos hacen entrar en abismos en los que revolcarnos, conectar con lo que no se puede pensar, ni ver.
La imagen quiere más, ella no sólo desnuda al que fotografía sino una vez que lo ha desprovisto de la ropa, le quita la piel, arrancándole sus secretos para nuestro disfrute.
Nosotros queremos más, es el ansia lo que nos hace registrar los hechos, porque sabemos que ahí su tiempo no tendrá fin. La incapacidad de disfrutar de lo que no tiene proyección forma parte de nuestra cultura. Somos educados como potencia, para llegar a ser, no para ser. Reprimimos nuestros deseos y necesidades, postergándolos y racionalizándonos. Pero es esa estructura misma, tan organizada, la que propicia la atrofia y evita la capacidad de vivir. Nuestros deseos de control, nuestro miedo, nos llevan a vivir bajo cero.
Somos un proyecto incorrecto del ser humano, pues la obra terminada es la muerte y es la perfección la que perseguimos. Necesitamos creer que hemos encontrado momentáneamente la perfección, de ahí la urgencia de pruebas que, aun mintiéndonos, la confirmen, de ahí la razón de que la fotografía exista.
Jana Leo
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